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miércoles, marzo 21, 2012

La culpa siempre es de los otros


Se trata siempre de unas de esas cuestiones que admiten distintos puntos de vista, como las botellas que se pueden ver medio llenas y medio vacías. Nos referimos a la financiación de las obras municipales. Porque sin necesidad de encontrarnos en época de vacas flacas, hace mucho tiempo que los ayuntamientos españoles tienen una capacidad inversora más bien limitada. Y así, la forma habitual de actuar para poder acometer una infraestructura de envergadura consistía en: elección del alcalde de la obra que se quiere hacer, peregrinación por despachos varios hasta conseguir que otra administración pusiera la pasta, construcción de la obra habitualmente con el criterio del ayuntamiento… y finalmente una pelea de egos e intereses políticos para colgarse la medalla. ¿De quién es el mérito? ¿Del alcalde que decidió en qué invertir, dio la paliza y consiguió el dinero? ¿O del que realmente puso la guita? ¿Del Concello o de la Xunta, Diputación, Estado, Unión Europea, etc?

Este procedimiento vivió una ligera variante entre 2000 y 2010. Entonces, el boom (o burbuja) inmobiliaria sirvió para dejar directamente en las arcas municipales un montón de millones en impuestos por la construcción de edificios, de modo que durante unos años los alcaldes dispusieron de caja propia para gastar sin necesidad de humillarse ante otros. A mayores de lo anterior, en 2009 sucedió que a un tal
José Luis Rodríguez Zapatero se le ocurrió que una forma de salir de la crisis era poner en manos de los ayuntamientos una cantidad desorbitada de dinero para gastar en lo que considerasen oportuno. Se llamó Plan E, y no funcionó en absoluto, pero provocó en nuestros concellos una fiebre constructora sin precedentes.

Pues bien, en el caso de Carballo todo lo anterior sucedió multiplicado por dos. A los millones del Plan E, de todo el dinero recaudado con la infinidad de pisos vacíos que hoy tenemos en la capital de Bergantiños, y de los habituales planes de obras de Diputación y Xunta, se sumó que el BNG quiso convertir a Carballo en su estandarte y se esmeró en conseguir dineros del gobierno ZP, entonces apurado para sacar adelante sus políticas en Madrid. Ya así, UE también mediante, llegó a Carballo una verdadera orgía de millones, que ni los más viejos ni los más jóvenes del lugar pudieron nunca imaginar, y que mucho nos tememos tardaremos décadas en repetir. Otra cosa diferente fue el destino de ese dinero. De hecho, en muchos casos daba la sensación de que se improvisaban los usos en qué gastar la pasta una vez conseguida. Usos y resultados tan cuestionables como la reforma de la piscina de la zona escolar, una multitud de centros sociales sobredimensionados, el llamado parque de Berlín, una biblioteca de ámbito comarcal cuyo mantenimiento pagaremos sólo los de Carballo, o un Fórum-Gaiás sin usos definidos y que todavía no tiene fecha de arranque, entre otros muchos. Una opinión para nada compartida por Evencio Ferrero, quien un día sí y otro también presumía de inversiones y de obras como si fuesen totalmente propias.

Sin embargo el destino nos ha jugado una inesperada mala pasada. Porque de pronto nos encontramos con que algunas de las inversiones y pagos comprometidos no se están cumpliendo. La crisis aprieta y ahora resulta que Fomento ya no está por la labor de gastarse un millón de euros en “humanizar” el entorno del mercado de abastos, o que la Unión Europea, Diputación o Xunta adeudan parte del dinero de las obras como el Fórum o la avenida de Malpica (o al menos esta es la versión del Catecismo, vaya usted a saber si es así). Y así, de golpe y porrazo, el punto de vista del nuestro alcalde gira 180 grados. Y donde antes estaban los éxitos de su gestión, ahora encuentra las culpas de la deuda municipal y del retraso de obras previstas. En definitiva, si los otros me dan su dinero es mérito es sólo mío, si dejan de dármelo el demérito es solo suyo.



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